Junko Furuta, el caso detras de "Concrete girl"


En las calles monótonas de un suburbio tokiota, entre noviembre de 1988 y enero de 1989, se consumó uno de los crímenes más sádicos de la historia moderna de Japón: el secuestro, tortura y asesinato de Junko Furuta, una estudiante de 17 años cuya vitalidad se extinguió en un infierno de 44 días. Este caso, conocido como el "Asesinato de la Chica de Secundaria Empaquetada en Concreto" (Joshikōsei Konkurīto-zume Satsujin Jiken), no fue un arrebato aislado, sino un ritual de depravación perpetrado por cuatro adolescentes que transformaron una casa familiar en una cámara de horrores. Junko, nacida el 18 de enero de 1971 en Misato, prefectura de Saitama, era una chica ejemplar: estudiante destacada en la Yashio-Minami High School, soñadora y trabajadora a tiempo parcial en una fábrica de plásticos para financiar su futuro como idol. Su tragedia, que conmocionó a una nación entera, ha inspirado adaptaciones culturales crudas, entre ellas el manga High School Girl in Concrete (1992) de Waita Uziga, un relato conciso y gore que condensa el horror en cuatro capítulos, exponiendo la inhumanidad sin filtros ni redención. A 36 años de su muerte el 4 de enero de 1989, en este octubre de 2025, revisitemos el abismo que devoró a Junko, un espejo de la banalidad del mal que acecha en lo cotidiano.


Una Adolescente en la Mira de la Oscuridad


Junko creció en un hogar modesto con sus padres y dos hermanos, encarnando la disciplina y el optimismo de la juventud japonesa de los 80. Con calificaciones impecables y una asistencia escolar casi perfecta, planeaba un viaje de graduación y ya había asegurado un empleo en una tienda de electrónica. El 25 de noviembre de 1988, mientras pedaleaba de regreso de su turno nocturno, su vida se quebró irremediablemente. Hiroshi Miyano, de 18 años, y Shinji Minato, de 16, la emboscaron en una calle de Misato: la derribaron de la bicicleta y huyeron, solo para que Miyano regresara fingiendo preocupación, ganando su confianza con mentiras sobre su estatus yakuza. La llevó a un hotel en Ayase, donde la violó por primera vez, marcando el inicio de una pesadilla que involucraría a sus cómplices: Jō Ogura (17 años), Yasushi Watanabe (17 años), y dos menores adicionales, Tetsuo Nakamura y Koichi Ihara (ambos 16). Estos jóvenes, desertores escolares y aspirantes a pandilleros de bajo rango (chinpira), usaban la casa de los padres de Minato en Ayase, Adachi, como base para robos y asaltos, incluyendo violaciones previas a otras mujeres.


Amenazada con la muerte de su familia —los perpetradores conocían su dirección—, Junko fue confinada en una habitación del segundo piso de la casa Minato. Sus padres reportaron su desaparición el 27 de noviembre, pero ella, bajo coacción, llamó tres veces fingiendo una fuga voluntaria. Los padres de Minato, testigos ocasionales, optaron por el silencio por temor a su hijo violento, permitiendo que el horror se extendiera en las sombras de un hogar aparentemente normal.


44 Días de Tortura Sistemática: Un Catálogo de Sadismo


Lo que siguió no fue un crimen pasional, sino una escalada meticulosa de abusos que duró 44 días, desde el secuestro hasta la muerte. Los cuatro principales —Miyano, Ogura, Minato y Watanabe— la sometieron a violaciones grupales diarias, golpizas con puños, pies y objetos como una bola de hierro para pesas, y quemaduras con encendedores, cigarrillos y fluido inflamable que carbonizaron su piel en muslos, manos y genitales. La obligaron a insertar objetos extraños en su vagina y ano —botellas, barras de metal—, a masturbarse frente a ellos, a bailar desnuda y a beber grandes cantidades de alcohol, leche, agua e incluso su propia orina, provocándole vómitos y deshidratación extrema. Inhalaciones forzadas de thinner la desorientaron, mientras castigos por "infracciones" menores —como un charco de orina— la dejaban inmovilizada, con el rostro desfigurado por hinchazones e infecciones putrefactas.


A mediados de diciembre, Junko, desnutrida y pesando apenas 30 kilos, suplicó la muerte como misericordia. El abuso escaló: cera caliente en los párpados, velas insertadas en sus ojos, y humillaciones psicológicas que la redujeron a un ser irreconocible. El 3 de enero de 1989, tras una noche de mahjong perdedor, Miyano la roció con fluido de encendedor y la prendió en llamas; ella, en agonía, rodó para apagarse, pero el shock ya la había quebrado.


La Muerte, el Encubrimiento y el Descubrimiento

El 4 de enero, alrededor de las 10 a.m., tras dos horas de golpes finales —incluyendo caídas sobre su abdomen y sobre un equipo de estéreo—, Junko convulsionó y expiró por shock traumático, hemorragias internas y fallos orgánicos múltiples. Su cuerpo, envuelto en una manta y metido en un tambor de 200 litros, fue llenado de concreto húmedo para ocultarlo. El 5 de enero, lo transportaron a un lote baldío en Futakōtamagawa, Setagaya, y lo abandonaron.

 El hermano menor de Minato notó el hedor, pero el grupo lo ignoró.El caso se destapó en enero de 1989 cuando Miyano y Ogura fueron arrestados por una violación anterior. Bajo interrogatorio, Miyano delató la ubicación del cuerpo el 24 de marzo, recuperado el 29. La autopsia reveló más de 100 heridas: fracturas, quemaduras de tercer grado, desgarros genitales y signos de inanición extrema. La identificación por huellas dactilares confirmó la pesadilla; Junko tenía 17 años.


El Juicio: Justicia Templada por la Juventud

En julio de 1990, el Tribunal de Distrito de Tokio condenó a los cuatro principales por secuestro, violación, tortura y asesinato: Miyano a 20 años (tras apelación), Ogura a 10, Minato a 9 y Watanabe a 7. Los menores Nakamura e Ihara recibieron detención juvenil. Las sentencias, leves para la opinión pública, desataron furia nacional: demandas de pena capital o perpetua, críticas al anonimato juvenil y al sistema que priorizó la "rehabilitación" sobre la retribución. Los padres de Miyano pagaron 50 millones de yenes (unos 350.000 dólares entonces) en compensación, atenuando su pena. Tras liberaciones —Miyano en 2009, Ogura en 1999 (quien volvió a delinquir y murió en 2022)—, muchos enfrentaron estigmas y recaídas, como el arresto de Minato en 2018 por intento de asesinato.


Legado en la Cultura: El Eco de 'High School Girl in Concrete'

El caso impulsó reformas a la Ley de Protección Juvenil en Japón, endureciendo penas para menores y exponiendo fallas en la detección de abusos domésticos. Ha permeado el cine —Concrete (2004) de Hiromu Nakamura recrea el horror con crudeza gráfica— y podcasts, pero el manga High School Girl in Concrete, parte de la antología Shin Gendai Ryoukiden (1992) de Waita Uziga, es un testimonio visceral en cuatro capítulos. Uziga, maestro del guro (horror extremo), fideliza el secuestro, las torturas y el encubrimiento con paneles splatterpunk que deshumanizan a Junko como un lienzo de agonía, sin héroes ni catarsis. Publicado en Manga Allman, critica la corrupción juvenil de los 80, convirtiendo el caso en un artefacto de denuncia social que ha influido en debates sobre violencia gráfica en el manga.

Hoy, con las sombras de Junko alargándose en el otoño japonés, su historia no es solo un archivo judicial, sino un grito contra la indiferencia. ¿Cuántas Junko yacen en sótanos invisibles, esperando que el concreto de la sociedad se agriete? Su legado, ilustrado en viñetas sangrientas, urge vigilancia eterna: el verdadero horror no es ficticio; es el silencio que lo permite.